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La crisis de los metarrelatos ha tenido como corolario el creciente interés por las narrativas subalternas. En torno a la cultura latinoamericana han empezado a tener curso nuevas formaciones discursivas que buscan descubrir la complejidad de ese continente y dar lugar a relecturas o a lecturas inéditas de las narrativas del otro, no obstante, es necesario reconocer que por el momento el trabajo investigativo universitario sigue acordando más importancia a la teoría que a los estudios de caso. Alguien decía que ya no se trata de hacer la historia y la historia de la cultura desde arriba sino desde abajo y tal vez la metáfora quiere indicar que en ese vector de búsqueda sí se pueda ver lo que las narrativas y mitos de la Modernidad antes no dejaban ver. Sin duda la realización de esa empresa pondría a prueba a la teoría pues la obligaría a desplegarse en heurísticas capaces de transitar los espacios intersticiales cuya existencia sospecha pero no conoce. Justamente haciendo poco caso de la teoría y los supuestos que pusieron de moda e hicieron pasar de moda a Gabriel García Márquez, el libro «La cepa de las palabras» es el despliegue de una heurística que transita por espacios intersticiales de la cultura colombiana, desde «abajo», para confirmar una intuición fundada en el comparativismo: la existencia de relaciones de homología entre un universo imaginario amerindio y la semántica de la sobrenaturaleza en la fábula garciamarquiana. Haciendo acopio de diversas disciplinas, sobre todo de la etnología, la etnohistoria y la arquetipología antropológica, la investigación de Juan Moreno Blanco, docente-investigador de la Universidad del Valle, abre brechas en las certez as desde las cuales se había interpretado tanto la cultura regional del Magdalena Grande como la complejidad semántica de la obra del escritor de Aracataca. Apoyado en informaciones hasta entonces dispersas y habiendo construido un marco de condiciones de posibilidad este ensayo hace visibles a los miembros de la civilización amerindia wayúu que emigraron desde su territorio ancestral, La Guajira, hasta los epicentros de la Zona Bananera, en el Caribe colombiano donde nacería en los años veinte el autor de «Cien años de soledad». Los testimonios citados que dan cuenta de la presencia wayúu en el ambiente doméstico donde sucedió la infancia del escritor son incontestables; por lo demás, el segundo capítulo de «Vivir para contarla», primer volumen de las memorias de Gabriel García Márquez, publicado meses después de la publicación de «La cepa de las palabras», confirman que en la casa de Aracataca se vivía una atmósfera heteroglósica. En la parte comparativa, sirviéndose de las propuestas del antropólogo Gilbert Durand, el autor coteja parcialidades de los imaginarios de la tradición narrativa wayúu y de la fábula garciamarquiana y demuestra que en estos dos corpus hay tres esquemas arquetipales comunes. En virtud de esta comprobada homología, el estudio sugiere que en vez de hablar de Realismo Mágico, virtud escritural de un individuo, habría más bien que reconocer en la fábula garciamarquiana la lógica chamánica del mundo wayúu que el escritor heredó en su infancia. El proceder del investigador acusa su deuda con Angel Rama quien había intuido en la creación garciamarquiana la existencia de procesos de transculturación. Empero, también algunos de los supuestos del crítico uruguayo, como los de otros críticos, son puestos en crisis a la luz de realidades de la interculturalidad que éste no llegó a conocer. Desde el actual conocimiento del periodo de formación heteroglosica de la biografía del autor, esta investigación suscita una relectura de Gabriel García Márquez que en gran medida se asemejaría a la lectura que Rama hiciera de José María Arguedas, es decir, en reconocimiento del contrapunteo en el tejido narrativo entre la lógica cultural amerindia y la lógica cultural de la sociedad global, fuertemente marcada por Occidente. La propuesta interpretativa de este trabajo, que bien puede ser visto como estudio cultural de caso, abre las puertas a un diálogo necesario sobre los supuestos que animaron las anteriores lecturas de la obra literaria del colombiano y la pertinencia que éstos aún puedan tener. También sugiere que queda un sendero de lectura por recorrer para comprender mejor el mundo desplegado de los relatos garciamarquianos y su hibridez tan propia al mundo americano. |
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