Con don Juan de Quiroga Faxardo (1591-1660), curioso personaje, se nos descubre una extraña personalidad de la sociedad áurea española, cuyas principales características tienen rasgos de héroe dramático: juventud madrileña rodeada de amigos y contertulios del nivel de Vicente Espinel, Lope de Vega y Francisco de Quevedo; regreso de la corte a su villa natal para ejercer como alcaide de Castillo; complicaciones para sostener y aumentar su posición, que lo lleva a ordenar dos asesinatos sin el menor escrúpulo; prisión y destierro, en donde se supone que escribió sus tres autos. Éste es el panorama que encontramos en la amplia introducción de este libro, tan sabia como apasionada, que precede a las obras completas del alcaide del Castillo de Cehegín (Murcia). Pero si la parte histórico-biográfica tiene todo el interés del descubrimiento del personaje humano, la otra, la filológica, lo tiene del descubrimiento literario. Se editan los cinco textos que publicó, dos de innegable autoría: la Canción fúnebre a la muerte de don Fernando Pimentel y el Tratado de las voces nuevas, y el uso de ellas, y los tres autos que se le atribuyen: Las astucias de Luzbel, El cascabel del demonio y Triunfos de Misericordia, que corrieron sirviendo de préstamos de un lado para otro hasta influir en las ‘Pastorelas’ de Nueva España. Como afirma Cesar Oliva: “Esta obra nos desvela la existencia de un tal don Juan de Quiroga Faxardo, del que hasta ayer mismo he de confesar que no tenía ni la menor noticia, y que, a partir de hoy, como seguro que le sucederá al amable lector, pasará a ser patrimonio de nuestro acervo cultural y, por qué no decirlo, de nuestra literatura”.