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El mito del Minotauro, con Teseo y Ariadna y el laberinto de Creta, sirvió de material para muchas obras de arte. A lo largo del siglo XVII atrajó a dramaturgos españoles como Calderón, Tirso, Lope, Rojas Zorilla, Diamante o sor Juana Inés de la Cruz, y un siglo más tarde el sustrato nutrió varias óperas. El laberinto del mundo comienza con la irrupción en escena de un carro que representa una galera negra, gobernada por los piratas Furor y Envidia, quienes tienen el encargo de llevar a los cautivos —el Hombre entre ellos— al laberinto del mundo para que sirvan de alimento a la terrible bestia que mora en su interior. El medio de escapar del laberinto será el hilo de la verdad: «Y el hilo de la Verdad / es tan constante y tan fuerte, / que por más que le adelgace, / no es posible que se quiebre.» (vv. 1727-1730). El panorama textual de El laberinto del mundo es complejo, como en la mayoría de los autos calderonianos. Se resume en una quincena larga de manuscritos de relativo interés textual y un autógrafo, con fecha escrita más tarde en la portada por otra mano, que Calderón preparó, junto con otras copias en limpio, con la intención de continuar la publicación de sus autos después de la Primera parte de 1677. El texto crítico va acompañado de un estudio introductorio en el que se analiza la alegorización de la materia mitológica, atendiendo además a la estructura, la métrica y el estudio textual.
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