Hay dos compositores en el Perú cuya obra ha trascendido la duración de sus vidas, llegando, como es el caso de este 18 de julio, a pasar la barrera de los cien años. Estos son Mariano Melgar, arequipeño autor de unos bonitos yaravíes, nacido en 1791, bicentenario ya, y Felipe Pinglo, el compositor de la Lima popular, nacido en 1899 y fallecido en 1936. De Melgar, muerto a los 23 años, sobrevivieron unos cuantos yaravíes, muy hermosos, que adquirieron ciudadanía en la memoria popular. Vivieron en el mundo de la oralidad y la errata de los cancioneros, anidando en el corazón de los peruanos de manera no escrita. Pudieron más que las guerras civiles, los dictadores y las constituciones de la época. Las canciones de Mariano Melgar reflejaban otra república naciente, sentimental y propia, vívida, oral. Lo mismo podemos decir de las canciones de Felipe Pinglo para el siglo XX. Se han hecho solas, a pulso, por encima de las prohibiciones, los olvidos, las constancias . Han permanecido para crear un estilo y producir seguidores, reciclar un género: el vals y ajustar otro, el one step, haciéndolo criollo. Sus personajes son lecciones de historia para el que los encuentra: tenemos los ases del deporte, los nombres de las mujeres que amó, la crónica de la calle, la fiesta popular, la urbe, la aldea, el huerto, el barrio. La república de Pinglo es sentimental e intensa, pero también crítica. En sus páginas hay un testimonio de la desigualdad y la exclusión en el Perú, y una opción por los desposeídos muy clara. Su música es de armonía meditada y letra mensurada.
La obra de Pinglo se inscribe además en un torrente más vasto, que es el de la cultura popular peruana e internacional. Ahí encontramos a los cantores, músicos y danzantes que divulgaron al maestro en casas particulares, locales bailables, bibliotecas, ramadas y teatros. Ahí tenemos a los canillitas, futbolistas, obreras, jockeys y leñadores de los que habla. Está la hípica, la crónica, la aldea y el barrio, el cabaret y el bosque. Si una primera impresión recibimos, es la de la multiplicidad y la diversidad en la obra de Felipe Pinglo. Como en un cuadro de Brueghel, o en una procesión del señor de los Milagros, la gente se aprieta en sus letras, circula, va en auto, da direcciones de nichos, vende picarones. Parece un retablo de la vida entre la ciudad y el campo, cuyos amplios ejes de significación se deslizan entre la pureza quieta de la aldea y el veloz frenesí del cabaret y el estadio, lugares-símbolo de la vida moderna. El bohemio contra el labriego, el saltimbanqui del amor. Las mujeres que habitan entre polos de traición y fidelidad, una corte de personajes que reflejan definitivamente la república que Felipe Pinglo ve, siente y escucha en las calles de Lima durante las primeras décadas del siglo XX, mientras su adolescencia se diluye. Esta multiplicidad y abundancia de personas en la obra de Pinglo señala la intención del autor de congregar, de formar "cuerpo". Hay la visión de la multitud, la presencia del organismo social, como conjunto significativo, cuyo centro vendría a ser el barrio. El barrio con su huerta sería la imagen microcósmica de este espacio, "allí donde he dejado lo mejor de mi vida", como dice "El huerto de mi amada". En los valses de Pinglo hay muchas flores, y beldades entre ellas que andan floreciendo.
Un segundo aspecto que señalaría en la obra del bardo es su carácter contemporáneo, su intención de contar las cosas que ve personalmente, de intervenir en su tiempo y su época, en el aquí y ahora, de sumergirse en el instante. Además de su habilidad para retratar personajes de Lima (el mendigo, el canillita) e intervenir en los comentarios deportivos a través de sus canciones, Pinglo recoge también la música de moda del momento, como fue la música bailable norteamericana de entonces: el one step, el fox trot, el boston, música que ha quedado incrustada en el cancionero peruano como una apropiación lícita, junto con polkas y pasodobles. Hay expresada como fascinación en muchas de sus creaciones la gana de vivir el instante, el "este momento", como expresión de lo contemporáneo. En "Saltimbanqui" nos canta: "así es la vida: un eterno rodar, siempre peligro y mucho arriesgar".
Una tercera impresión, por último, que quisiera resaltar, es la falta de humor en Pinglo. No pretende de ninguna manera dar risa. No busca ser cómico. Es totalmente serio. Todo lo que he escuchado y leído acerca de él no da ni una para una sonrisa. Al contrario de su música, que es muy alegre e ingeniosa, muy fluida y melódica. Es especialista en componer versos largos y modular. Me inclino a pensar como Santos Discepolo definiendo el tango, que el vals criollo es también "un pensamiento triste que se baila".
Felipe Pinglo ha cumplido pues cien años y debemos
celebrarlo. Es el compositor peruano del siglo XX. Y esa es, para terminar, la
característica que quisiera resaltar respecto al compositor barrioaltino: en su obra se
percibe la gran desigualdad que hay en nuestra patria y el sentimiento que esto produce en
quien lo contempla desde su esquina popular. Pinglo tiene un anhelo por la justicia
social. Por eso es el compositor peruano más importante del siglo XX.
Juan Luis Dammert