Luis González Fernández A vueltas con los meneos lascivos y otros gestos torpes en el teatro áureo: el caso de la hija de Herodías pp. 167-186 |
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El interés por asociar el baile en general y el baile en el teatro en lo particular a lo diabólico no es en absoluto nuevo y remonta con toda seguridad a los escritos de Tertuliano en su De speculis, seguidos por otras plumas patrísticas, una idea que hemos repetido casi todos los que nos hemos interesado por este tema. No voy a entrar aquí en ese debate, no porque no tenga interés, sino porque ya ha sido de sobra tratado y las citas más sustanciosas son de sobra conocidas. Me permito sin embargo hacer un repaso rapidísimo de algunos trabajos que han versado sobre el asunto de la licitud de los bailes dentro del discurso amplio pro o antiteateral. Pasando por algunos estudios seminales como el de J. C. Metford (1951), Marc Vitse (1988), Joaquín Álvarez Barrientos (1989), y la tesis y trabajos posteriores de Carine Herzig de los primeros años 2000 así como otro más reciente del 2019; en los últimos veinte años se han centrado varios estudiosos en comentar específicamente los vínculos entre lo diabólico y el baile empezando, que yo sepa, y sin ánimos de exhaustividad, por un artículo de Agustín de la Granja en el año 1989, seguido por dos más de González Fernández (2002 y 2019), entre los que se intercalan los estudios de Mariana Masera (2014), y uno de caso de Giuseppe Marino de 2015 sobre el manuscrito Del peligro de oír comedias lascivas y asistir a bailes y danzas; y “Bailes o aquelarres?” de Ascensión Mazuela-Anguita (también de 2015); el extenso trabajo sobre la seguidilla de José Manuel Pedrosa (2022), otro comparativo de Cruz Carrascosa Palomera sobre el cuento tradicional del diablo bailador, de 2019 y, el más reciente del que tengo noticia, de Florence D’Artois salió de las prensas a principios de 2023…
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