Durante el reinado de Felipe IV prolifera un tipo de espectáculo que, aunque había tenido algún digno antecedente en las décadas previas o incluso en el siglo anterior, se consolida en este periodo gracias a la evolución peculiar del teatro en España.
Me estoy refiriendo a la fiesta cortesana, en cuyo florecimiento concurren los rasgos aportados por una corriente artística ya madura, el Barroco, caracterizada por la fusión de las diversas artes y por circunstancias históricas casi azarosas, como la gran afición teatral de los monarcas, cuyo matrimonio en 1649 dio el pistoletazo de salida a un teatro musical imparable desde entonces. Esta apetencia del rey y de Mariana de Austria, secundada por toda la Corte y alentada por quienes vieron sus derivas políticas, generó toda una maquinaria a la que contribuyeron varios factores: los dramaturgos, con el magisterio de un Calderón entregado a la comedia cortesana; las corrientes operísticas llegadas de Italia y nacionalizadas por el compositor del momento, Juan Hidalgo; el fichaje de los mejores escenógrafos como Baccio del Bianco; la especialización de los actores; así como el establecimiento de una gestión económico-administrativa asignada al Marqués de Heliche en primera instancia, pero disputada en épocas sucesivas a causa de las posibilidades de empoderamiento que giraban en torno a este tipo de teatro…
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